V Domingo de
Cuaresma
+ Himno: Dios de la Vida
Fernando Leiva –
Crecerá la verdad
Dios de la vida, del amor y del perdón,
que me has buscado donde quieras que yo voy.
Me has encontrado masticando algún dolor,
O en el camino confundido y sin control.
Hoy es un gran día, hoy te he abierto el corazón,
y se ha llenado de tu amor y tu calor.
Y cantará una voz donde te quieran escuchar.
Se escuchara una voz donde no exista tu verdad.
Y brillará el amanecer aquí en mi corazón.
Que hará de mí un nuevo ser guiado por tu voz.
Dios de la vida, del amor y del perdón,
Tú nunca me faltes dónde quiera que yo voy.
Llena de esperanza este pobre corazón.
Dame la confianza de seguirte sin temor.
Y brillará el amanecer aquí en mi corazón,
que hará de mí un nuevo ser guiado por tu voz.
Dios de la vida, del amor y del perdón.
+ Evangelio: Juan 11, 1-45
Había
cierto enfermo, Lázaro, que era de Betania, de la aldea de María y de Marta su
hermana. (María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con el
pelo, y su hermano Lázaro estaba enfermo). Las hermanas le enviaron recado: Señor,
mira que tu amigo está enfermo.
Al
oírlo, dijo Jesús: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de
Dios; así se manifestará por ella la gloria del Hijo de Dios.
Jesús
quería a Marta, a su hermana y a Lázaro. Al enterarse de que estaba enfermo, se
quedó, aun así, dos días en el lugar donde estaba. Luego, después de esto, dijo
a los discípulos: Vamos otra vez a Judea.
Los
discípulos le dijeron: Maestro, hace nada querían apedrearte los judíos, y ¿vas
a ir otra vez allí?
Replicó
Jesús: ¿No hay doce horas de día? Si uno camina de día no tropieza, porque ve
la luz de este mundo; en cambio, si uno camina de noche, tropieza, porque le
falta la luz. Esto dijo, y a continuación añadió: Lázaro, nuestro amigo, se ha
dormido, pero voy a despertarlo.
Le
dijeron los discípulos: Señor, si se ha dormido, se salvará. (Jesús lo había
dicho de su muerte, pero ellos pensaron que hablaba del sueño natural).
Entonces Jesús les dijo abiertamente: Lázaro ha muerto, y me alegro por
vosotros de no haber estado allí, para que lleguéis a creer. Vamos a verlo.
Entonces
Tomás, es decir, Mellizo, dijo a sus compañeros: Vamos también nosotros a morir
con él.
Al
llegar Jesús, encontró que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro.
Jesús
le dijo: Tu hermano resucitará. Respondió Marta: Ya sé que resucitará en la
resurrección del último día. Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida;
el que me presta adhesión, aunque muera vivirá, pues todo el que vive y me
presta adhesión, no morirá nunca. ¿Crees esto? Ella le contestó: Sí, Señor, yo
creo firmemente que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir
al mundo.
Dicho
esto, se marchó y llamó a María, su hermana, diciéndole en secreto: El Maestro
está ahí y te llama. Ella, al oírlo, se levantó deprisa y se dirigió a donde
estaba él. Jesús no había entrado todavía en la aldea, estaba aún en el lugar
adonde había ido Marta a encontrarlo.
Los
judíos que estaban con María en la casa dándole el pésame, al ver que se había
levantado de prisa y había salido, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a
llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se le echó a los
pies, diciéndole: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Jesús
entonces, al ver que lloraba ella y que lloraban los judíos que la acompañaban,
se reprimió con una sacudida y preguntó: ¿Dónde lo habéis puesto? Le contestaron:
Ven a verlo, Señor.
A
Jesús se le saltaron las lágrimas. Los judíos comentaban: ¡Mirad cuánto lo
quería! En cambio, algunos de ellos dijeron: ¿Y éste, que le abrió los ojos al
ciego, no podía hacer también que este otro no muriese?
Jesús
entonces, reprimiéndose de nuevo, se dirigió al sepulcro. Era una cueva y una
losa estaba puesta en la entrada. Dijo Jesús: Quitad la losa. Le dijo Marta, la
hermana del difunto: Señor, ya huele mal, lleva cuatro días. Le contestó Jesús:
¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
Entonces
quitaron la losa. Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: Gracias, Padre, por
haberme escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero lo digo por la gente
que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.
Dicho
esto, gritó muy fuerte: ¡Lázaro, ven fuera! Salió el muerto con las piernas y
los brazos atados con vendas; su cara estaba envuelta en un sudario. Les dijo
Jesús: Desatadlo y dejadlo que se marche. Muchos de los judíos que habían ido a
ver a María y habían presenciado lo que hizo, le dieron su adhesión.
+ Interiorización: Un profeta que llora…
Jesús
nunca oculta su cariño hacia tres hermanos que viven en Betania. Seguramente
son los que lo acogen en su casa siempre que sube a Jerusalén. Un día Jesús
recibe un recado: nuestro hermano Lázaro, “tu amigo”, está enfermo. Al poco
tiempo, Jesús se encamina hacia la pequeña aldea.
Cuando
se presenta, Lázaro ha muerto ya. Al verlo llegar, María, la hermana más joven,
se echa a llorar. Nadie la puede consolar. Al ver llorar a su amiga y también a
los judíos que la acompañan, Jesús no puede contenerse. También él “se echa a
llorar” junto a ellos. La gente comenta: “¡Cómo lo quería!“. Jesús no llora
solo por la muerte de un amigo muy querido. Se le rompe el alma al sentir la
impotencia de todos ante la muerte. Todos llevamos en lo más íntimo de nuestro
ser un deseo insaciable de vivir. ¿Por qué hemos de morir? ¿Por qué la vida no
es más dichosa, más larga, más segura, más vida?
El
hombre de hoy, como el de todas las épocas, lleva clavada en su corazón la
pregunta más inquietante y más difícil de responder: ¿Qué va a ser de todos y
cada uno de nosotros? Es inútil tratar de engañarnos. ¿Qué podemos hacer?
¿Rebelarnos? ¿Deprimirnos?
Sin
duda, la reacción más generalizada es olvidarnos y “seguir tirando”. Pero, ¿no
está el ser humano llamado a vivir su vida y a vivirse a sí mismo con lucidez y
responsabilidad? ¿Solo a nuestro final hemos de acercarnos de forma
inconsciente e irresponsable, sin tomar postura alguna?
Ante
el misterio último de nuestro destino no es posible apelar a dogmas científicos
ni religiosos. No nos pueden guiar más allá de esta vida. Más honrada parece la
postura del escultor Eduardo Chillida al que, en cierta ocasión, le escuché
decir: “De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón
me dice que es limitada”.
Los
cristianos no sabemos de la otra vida más que los demás. También nosotros nos
hemos de acercar con humildad al hecho oscuro de nuestra muerte. Pero lo
hacemos con una confianza radical en la Bondad del Misterio de Dios que
vislumbramos en Jesús. Ese Jesús al que, sin haberlo visto, amamos y, sin verlo
aún, le damos nuestra confianza.
Esta
confianza no puede ser entendida desde fuera. Sólo puede ser vivida por quien
ha respondido, con fe sencilla, a las palabras de Jesús: “Yo soy la
resurrección y la vida. ¿Crees tú esto?”. Recientemente, Hans Küng, el teólogo
católico más crítico del siglo veinte, cercano ya a su final, ha dicho que para
él morirse es “descansar en el misterio de la misericordia de Dios”.
+ Oración: ¡Levántate y anda!
José Mª Rodríguez
Olaizola, S.J.
Levántate y anda, cuando no
encuentres horizonte,
porque siempre hay un camino que
recorrer,
y no hay razón para dejar de
intentarlo.
Levántate y anda, aunque te rodeen
las sombras.
La luz se abre paso por resquicios
insospechados,
y al iluminar la realidad la llena
de posibilidades.
Levántate y anda, aunque te opriman
las vendas.
Puedes quitarte muchos estorbos que
te impiden avanzar,
y avanzarás más liviano, más libre,
más alegre.
Levántate y anda, aunque te sientas
sin fuerzas.
Es Dios el que te impulsa, quien te
lleva de la mano,
quien te llena de espíritu.
Deja atrás las sombras y tumbas, los
silencios y miedos,
las parálisis y vendas que te aíslan
y entristecen.
Deja atrás las pequeñas muertes que
adulteran la vida.
¡Vamos, Lázaro, levántate y anda!
+ De la mano de María…
Nos dio el nombre de
María – H. Emili Tuú, S.G.
Te invito a orar con frecuencia a María y con Ella,
renovando nuestra confianza y nuestro compromiso:
María, aurora de los nuevos tiempos,
te doy gracias porque siempre
lo has hecho todo entre nosotros
y así sigue siendo hasta el día de hoy.
te doy gracias porque siempre
lo has hecho todo entre nosotros
y así sigue siendo hasta el día de hoy.
Me
pongo confiadamente entre tus manos
y me abandono a tu ternura.
Te confío también a cada una de las personas
que, como yo, se sienten privilegiadas
de llevar tu nombre.
y me abandono a tu ternura.
Te confío también a cada una de las personas
que, como yo, se sienten privilegiadas
de llevar tu nombre.
Renuevo
en este día mi consagración a ti
así como mi firme voluntad
de contribuir a construir una Iglesia
que refleje tu rostro.
así como mi firme voluntad
de contribuir a construir una Iglesia
que refleje tu rostro.
Tú,
fuente de nuestra renovación,
acompañas mi fidelidad como acompañaste
acompañas mi fidelidad como acompañaste
la
de quienes nos precedieron.
En este caminar marista
En este caminar marista
siento
tu presencia junto a mí
y por ello te doy las gracias. Amén
y por ello te doy las gracias. Amén